martes, 3 de abril de 2012

trescientos ochenta y un metros.

Allí. Justo allí. Donde te has imaginado mil veces. Ese momento donde pararías el tic tac del reloj. Y vivirías en él para siempreLa ciudad que nunca duerme. La ciudad que, después de muchos meses, me vio sonreír de nuevo. La ciudad que huele a cupcakes y sabe a risas. Brillante. Perfecta. Que no te lo regala todo, porque sabe que si no lo hace, volverás. Y vaya si quieres volver. Donde he aprendido que es mejor no esperar nada. Solo dejarse llevar. Y sorprenderse. Guiarse por un impulso absurdo e incoherente que no sabes cómo, ni por qué, pero te hace luchar por algo. Y cuando llegas, sabes que ese y sólo ese, era tu lugar.

A trescientos ochenta y un metros sobre el suelo de Manhattan.









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